La Taberna del Gourmet en Alicante

Ganas teníamos de comer en la Taberna del Gourmet. Fans de la cocina del Monastrell como somos, sabíamos que apostábamos a caballo ganador. Al menos eso era lo que esperábamos. Así que aprovechamos una perezosa y soleada mañana de octubre y subimos hacia Alicante en busca de una comida que nos hiciese It was long since we wished to eat at the Taberna del Gourmet. Fans of the Monastrell cuisine as we are, we knew that we were betting on winner horse. At least that was what we expected. So, on a lazy, sunny October morning and we headed to Alicante in search of food which made us wake up physically and spiritually.
despertar física y espiritualmente.

En primer lugar, llama poderosamente la atención su fachada de piedras enjauladas en malla metálica, aunque es una pena que la maquinaria de aire acondiconado destroce la estética. En el interior, la mezcla entre un estilo decorativo entre el racionalismo y la vanguardia con el aire de antiguo colmado resulta tremendamente atractiva, a pesar de lo arriesgado de esta propuesta. La única pega en este sentido es la ubicación donde nos dieron mesa, sin ventanas ni salida al exterior, con bajos techos que proporcionaban una sensación ligeramente claustrofófica. Bueno, y los restos de alguna pequeña chapuza en la pared que estaba todavia sin rematar, poco digno de un restaurante de este nivel.

Pero vamos a centrarnos en el meollo de la cuestión: la comida. Rotundamente, nos encontramos con las mejores tapas de la ciudad por variedad, calidad de materia prima y ejecución. El entrante de cortesía, sinceramente, podrían haberlo obviado por lo cutre de su propuesta. Y es que almendras y cacahuetes tostados, junto con un mezclum de encurtidos…. va a ser que no.

Salvo por este lapso, lo demás estuvo a la altura. Un pan ligero y crujiente para acompañar una chistorra de solemne rusticidad. Seguimos con un plato de quisquilla de exquisita factura y abundante ración, ejemplar en cuanto a producto y elaboración. Continuamos con unas tostas de jamón de jabugo con tomate memorables, con un pan ultrafino y crujiente que nos obligó a repetir. Tradicional combinación que, con materias primas de la mejor calidad, se transforman en verdaderas delicias gastronómicas.También pedimos unos huevos estrellados con foie en su punto exacto de cocción para ambos: huevos con una suculenta yema amarilla (que indica que la gallina ha sido alimentada con grano y no con pienso) coronada con sal maldon ante la cual es imposible resistirse y no romper con un trozo de pan recién horneado, y un foie excelso y sabroso. Un plato contundente pero excelente.

Pasamos a los platos. Los canelones con aceite de trufa negra y foie, sencillamente sublimes. Engañosamente ligeros, suculentos, de un relleno firme y suave a la vez, y deliciosamente gratinados. El solomillo al foie, solemne, abundante, memorable, y algo pasado de punto. Pero lo mejor de todo fueron los pescados: el bacalao a la llauna, tremendamente bien ejecutado, sabroso, con una materia prima excelsa y de primerísimo orden. Y la cazuela de rape a la brasa con virutas de sepia y gambas, sencillamente sublime. Totalmente recomendable.

En cuanto a los postres, he de decir que llegamos bastante llenos y satisfechos, ante lo cual: un gin-tonic premium con un exceso de hielo pero sencillo y bien ejecutado, mucho mejor que con florituras y destilados de diseño que saben a todo menos a ginebra. La única pega: la tónica Fever Tree, la cual aborrezco (de verdad, a veces no es necesario ir de gourmet e inventar la rueda, pedid Schweppes sin rubor) e infusión. Bueno, también cayó un sorbete de cítricos bastante mediocre y una mousse de yogur con mermelada de níspero auténtica y delicada.


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Autor: David